lunes, 20 de diciembre de 2010

Ya vienen los Reyes Magos

Ya vienen los Reyes, ya se acercan, ya una estrella más luminosa que ninguna les indica el camino hasta Belén, hasta cada casa del mundo entero donde vive un niño. Ya llegan cargados de regalos. Atraviesan los polvorientos caminos del desierto, franquean los nevados pasos del Tibet, y vadean los caudalosos ríos africanos. Sortean tormentas de arena y huracanes de nieve y ni el granizo ni la lluvia impiden la lenta pero firme marcha de sus camellos. Todas las fieras se rinden ante la majestad de su paso. Alguien les espera al otro lado del desierto, de la sabana y la estepa; alguien que ha nacido unas horas antes en una pobre choza de Oriente y también millares de niños que, como Aquél, con el corazón encogido, esperan su abrazo y sus juguetes.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

DOS CUENTOS DE TOLSTOI

 Por varios motivos no podemos dejar que termine el año 2010 sin recordar que en el mes de noviembre de este año se cumplió el centenario de la muerte del gran escritor ruso León Tolstoi. En primer lugar, porque su figura como escritor se agiganta de día en día: Tolstoi es uno de los cinco o seis grandes genios de la literatura. En segundo lugar porque Tolstoi fue un ser humano con letras mayúsculas, con sus defectos y con sus virtudes, lleno de contradicciones pero siempre animado y dispuesto a mejorar como persona y siempre dispuesto a mejorar la vida de los demás. Y en tercer lugar, porque los maestros tenemos en él un espejo en el que mirarnos.
Tolstoi, en la inauguración de la biblioteca de Yásnaia Poliana
Decidido a mejorar las condiciones de vida de los campesinos que tenía como siervos en su finca de Iásnaia Poliana, organizó una escuela que alfabetizó tanto a niños como a adultos. Su pedagogía antiautoritaria era heredera de las innovadoras ideas pedagógicas de Froebel y de su concepto de resolución de los conflictos por métodos no violentos. Froebel a quien visitó, le enseñó a rechazar el autoritarismo, a buscar la colaboración de la familia y a integrar la enseñanza en los juegos y en la naturaleza. El ideal de escuela de Tolstoi era una escuela de alegría y libertad, contrario a toda idea de encierro y de castigo e integrado en la vida del campo. Y para enseñar a leer y a escribir escribió decenas de cuentos que siempre tenían un propósito educativo.
Como ejemplo, estos dos magníficos cuentos, que resaltan algunas de las ideas fundamentales del viejo León.

En la ribera del Oka

En la ribera del Oka vi vían numerosos campesinos; la tierra no era fértil, pero, labrada con tesón, producía lo necesario para vivir con holgura y aun para guardar algo de reserva.

Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos, al poco tiempo, se hicieron conocidos en todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías en las que ocasionaban destrozos en los sembrados, y las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados. Nicolás, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que le defendieran su casa, sus campos y sus tierras.

Pero, a la vez que cada campesino -para estar mejor defendido - aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado.

Al principio, los nuevos guardianes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías. Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se proporcionaron también sabuesos y así, al cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 o 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y con estrépito tal que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, atrancaban bien sus puertas y decían:

- "Dios mío, qué sería de nosotros sin esos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas".

Entre tanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día se quejaban de su suerte ante el hombre más viejo y sabio del lugar y, como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:

- "La culpa la tenéis vosotros: os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos".

- "Son los defensores de nuestros hogares" -exclamaron los labradores-.

- "¿Los defensores? ¿De quién os defienden?"

- "Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos".

- "¡Ciegos, ciegos! -dijo el anciano-. ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros, no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares".

Y, siguiendo el consejo del anciano se deshicieron de sus defensores y, un año más tarde, sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones y en el rostro de sus hijos sonreía a la salud y la prosperidad.



El tesoro del campesino

Había una vez un campesino, amante de la tierra y de su trabajo.

Ya era anciano. No era rico, pero trabajando duro había logrado comprar una hermosa viña que le proporcionaba lo suficiente para vivir holgadamente con su familia.

Con mucho esfuerzo había criado tres hijos sanos y robustos. Pero precisamente aquí estaba su tormento: los tres muchachos no mostraban, de ningún modo, compartir la pasión del padre por el trabajo del campo.

Un día el campesino sintió que estaba por llegar su última hora. Por lo tanto, llamó a sus muchachos y les dijo: "Hijos, debo revelaros un secreto: en la viña está escondido un tesoro que bastará para que viváis felices y tranquilos cuando yo haya muerto. Buscad este tesoro, y divididlo entre vosotros como buenos hermanos".

Dicho esto, expiró.

Al día siguientes los tres hijos bajaron a la viña con azadones, palas y rastrillos, y empezaron a remover profundamente la tierra. Buscaron por días y días, porque la viña era grande y no se sabía dónde el padre habría escondido el tesoro del que les había hablado.

Al final, se dieron cuenta de haber labrado toda la tierra, sin haber encontrado algún tesoro. Quedaron muy desilusionados.

Sin embargo, después de algún tiempo, comprendieron el significado, de las palabras del padre: de hecho aquel año la viña dio una cantidad enorme de espléndidas uvas, porque había estado bien cuidada y trabajada. Vendieron la uva y obtuvieron muchos rublos de oro, que después dividieron fraternalmente, según la recomendación del padre.

Y desde aquel día comprendieron que el más grande tesoro para la persona es el fruto de su trabajo.

martes, 30 de noviembre de 2010

Un rasgo generoso

     “Un rasgo generoso” no es un cuento, sino el fragmento de una novela titulada “Corazón” y escrita por Edmundo de Amicis, un autor italiano que vivió entre 1846 y 1908.
     La novela está escrita en forma de diario. Enrico, un niño de doce años, narra la historia de una clase de alumnos de un colegio de Turín. Contando su historia personal y la de la gente que vive a su alrededor, Enrico nos acompaña a través de los distintos momentos de un año escolar y nos muestra la vida de su país, Italia.

Cuando entré en la clase, el maestro no había llegado todavía y tres o cuatro chicos atormentaban al pobre Crossi, el pelirrojo que tiene un brazo muerto y cuya madre vende verduras. Lo pinchaban con las reglas, le tiraban a la cara cáscaras de castañas, y lo motejaban de tullido y de monstruo, imitándolo, con su brazo en cabestrillo. Y él, solito al fondo del pupitre, descolorido, los oía, mirando ora a uno ora a otro con ojos suplicantes, para que lo dejasen en paz. Pero los otros se chanceaban cada vez más, y él empezó a temblar y a ponerse rojo de rabia. De pronto Franti, ese malencarado, se subió a un pupitre y, fingiendo llevar dos cestas en los brazos, remedó a la madre de Crossi cuando venía a esperar a su hijo a la puerta, porque ahora está enferma. Muchos se echaron a reír a carcajadas. Entonces Crossi perdió la cabeza y, agarrando un tintero, se lo arrojó a la cara con todas sus fuerzas; pero Franti hizo un quiebro, y el tintero fue a darle en el pecho al maestro, que entraba.
Todos escaparon a su sitio, y callaron atemorizados.
El maestro, pálido, subió a la tarima y, con voz alterada, preguntó:
  ¿Quién ha sido?
Nadie respondió.
El maestro gritó otra vez, alzando aún más la voz:
  ¿Quién?
Entonces Garrone, movido por la compasión del pobre Crossi, se levantó de golpe y dijo resueltamente:
— ¡Yo!
El maestro lo miró, miró a los alumnos asombrados; después dijo con voz tranquila:
—No has sido tú.
Y, al cabo de un momento:
—El culpable no será castigado. ¡Que se levante! Crossi se levantó, y dijo llorando:
  Me pegaban y me insultaban, perdí la cabeza, tiré...
—Siéntate —dijo el maestro—. Que se levanten los que lo han provocado.
Se levantaron cuatro, la cabeza gacha.
—Vosotros —dijo el maestro— habéis insultado a un compañero que no os provocaba, habéis escarnecido a un desgraciado y golpeado a un débil que no se puede defender. Habéis cometido una de las acciones más bajas, más vergonzosas, con las que se puede manchar una criatura humana. ¡Cobardes!
Dicho esto, bajó entre los pupitres, puso una mano bajo la barbilla de Garrone, que estaba con la vista en el suelo, y levantándole la cabeza lo miró a los ojos y le dijo:
— ¡Tienes un alma noble!
Garrone, aprovechando la ocasión, murmuró no sé qué palabras al oído del maestro; y éste, volviéndose hacia los cuatro culpables, dijo bruscamente:
  Os perdono.


Edmundo de Amicis. Corazón (Alianza Editorial, Madrid, 1984, pp. 16-18)

martes, 16 de noviembre de 2010

ENCUENTRA LAS PALABRAS ESDRÚJULAS EN ESTA CANCIÓN

 Muchacha típicamente esdrújula

Escucha dos veces y con atención esta canción de Juan Manuel Serrat.
Trata de una chica un poco pija de hace cuarenta años. La canción está
llena de palabras esdrújulas. Si pones cuidado,
encontrarás hasta 22
palabras esdrújulas distintas.


 

Para corregir el ejercicio, puedes consultar la siguiente página:
http://www.cancioneros.com/nc/2046/0/muchacha-tipica-joan-manuel-serrat

Al final de la semana que viene publicaremos la solución, ¡suerte!

lunes, 8 de noviembre de 2010

El viejo guardián






¡Qué gusto daba mirar desde lo alto los barcos que resbalaban sobre el mar como en un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte.
Sin padres, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!
El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado de sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas.
Entre el monte y el mar solo había una estrecha faja de tierra, donde los hombres construyeron sus casas. Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo.
El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega.


Yon se sentía feliz. Su abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.

Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa.
Una especie de nube grande y negra se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y gritó:
-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.
El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo.
Yon lo seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:
-¡Qué haces, abuelo! ¡Qué quieres hacer!
-¡De prisa, de prisa, Yon, prende fuego a los campos!
Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha llameante entre las espigas.
Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.

Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo, subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda.
Al llegar al llano y ver los extensos arrozales desvastados, la indignación se oyó en un grito de furia:
-¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?
El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:
-¡Yo he sido!
Yon sollozaba.
Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando:
-¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?
El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando el horizonte.
-Mirad allá –dijo.
Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba desde el confín.
Hubo un momento de horror. Ni un grito… Los corazones latían con fuerza.
La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó sobre la costa deshaciéndolo todo, invadiéndolo todo, y fue a romperse, en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña… Una ola más. Después otra más débil… Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.

La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, deshecho y arrastrado por aquella ola inmensa.
El viejo guardián miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte.
Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

De miedo

A lo largo de todo un año se suceden festividades, celebraciones, recordatorios... El mes de noviembre es el mes en el que se rinde recuerdo a los muertos, a lo desconocido, a lo inexplicable. Nosotros nos sumamos a este tiempo de oscuridades con dos breves narraciones, dos minicuentos de miedo.


"Ella y su alma”, de Thomas Bailey Aldrich
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.


“¿Sería fantasma?”, de George Loring Frost
Al caer de la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
- Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
- Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?
-Yo sí -dijo el primero y desapareció.

sábado, 6 de noviembre de 2010

BECQUER

En  Tercer Ciclo en Alconera (tras la genial sugerencia de nuestro compañero Santos) hemos trabajado la Leyenda de Maese Pérez El Organista. Os dejo la dirección de la web donde nos hemos descargado esta Leyenda (hay muchas otras similares donde poder obtenerlas, junto a las Rimas).

CAMBIOS EN LA ORTOGRAFÍA a partir de 2011

http://www.lacerca.com/noticias/cultura/ortograficos_academia_espanola_rae-71063-1.html

Esta semana hemos conocido los cambios ortográficos planteados por la RAE (REAL ACADEMIA ESPAÑOLA), a los que quizás debamos acostumbrarnos en breve (a partir de estas navidades).

La nueva Ortografía de la Real Academia Española fija la denominación de algunas letras, cambia “quorum” por cuorum  y elimina las tildes de “solo”, “guion” y “o” entre números.
La i griega será ye, la b será be (y no be alta o be larga); la ch y la ll dejan de ser letras del alfabeto; se elimina la tilde en solo y los demostrativos (este, esta…) y en la o entre números (5 o 6) y quorum será cuórum, mientras que Qatar será Catar.

martes, 19 de octubre de 2010

Poemas (Miguel Hernández)

(Umbrío por la pena, casi bruno)

Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

Aceituneros

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos
decidme en el alma quién,
quién levantó los olivos
Andaluces de Jaén

No los levantó la nada
ni el dinero ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura,
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de sus troncos retorcidos

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos
decidme en el alma quién,
quién levantó los olivos
Andaluces de Jaén.

Cuántos siglos de aceituna...
Los pies y las manos presos...
Sol a sol y luna a luna
pesan sobre nuestros huesos.

Jaén levántate brava
sobre tus piedras lunares
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos.
Pregunta mi alma de quién,
de quién son estos olivos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Centenario del nacimiento de Miguel Hernández

El próximo 30 de octubre se conmemorará el I centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Para homenajear su obra y su trayectoria, trágica y honesta, iremos dejando aquí una pequeña antología poética, que iremos ilustrando con versiones de sus poemas a cargo de Serrat, Camarón, Amancio Prada, Manolo García...

Si estáis interesados en trabajar su obra dispongo de algún material, que va desde el dirigido a Educación Infantil al orientado a los ciclos superiores de Primaria.



En cuclillas, ordeño
una cabrita y un sueño.
Glú, glú, glú,
hace la leche al caer
en el cubo. En el tisú
celeste va a amanecer.
Glú, glú, glú. Se infla la espuma,
que exhala
una finísima bruma.
(Me lame otra cabra, y bala.)

 (El corazón es agua)

El corazón es agua
que se acaricia y canta.
El corazón es puerta
que se abre y se cierra.
El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.

Tus cartas son un vino
                     A mi gran Josefina adorada

Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento para mi corazón.

Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo,
amargo igual que el mar.

Tus cartas apaciento
metido en un rincón
y por redil y hierba
les doy mi corazón.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.
Cuando me falte sangre
con zumo de clavel,
y encima de mis huesos
de amor cuando papel.


Joan Manuel Serrat: "Tus cartas son un vino"


La mangosta

La mangosta
(Cuento adaptado del “Panchatantra”. India)

Todas las mañanas salía al alba el joven leñador para trabajar en el bosque, y no regresaba hasta que se ponía el sol.
Sola quedaba su mujer todo el día en la cabaña en medio del campo, y no descansaba un momento arreglando la casa, recogiendo ramas para el fuego, preparando la comida y cuidando a su pequeñín, al que miraba y volvía a mirar, allí en su cuna, dichosa de verlo.
Era su primer hijo. Había nacido hacía unos meses y era el encanto de la joven madre. Sólo vivía para cuidarlo, y con estar a su lado y tenerlo en sus brazos se sentía feliz. Pero también le hacían sufrir pensamientos negros que no la dejaban vivir tranquila.
El agua estaba a alguna distancia de la cabaña. Ella tenía que ir a llenar los cántaros, y mientras tanto se quedaba solo el niño en su cuna. ¡Solo, allí, en medio del campo! Es verdad que allí quedaba también la mangosta, el pequeño animal de la casa, el amigo animal que vivía con ellos y los miraba con ojos buenos de cariño.
Cuando ella salía, el niño quedaba al cuidado de la mangosta, pero… ¿se podía confiar en un animal, aunque se hubiera criado en casa desde pequeño? ¿Qué sería capaz de hacer un animal, un día en que se sintiese irritado? ¿No podría tirarse sobre la criatura indefensa y hacer de ella su presa? ¡Un animal, un animal! ¡Confiar, confiar!... Y la joven madre temblaba sólo de pensarlo.
Su marido le había dicho muchas veces que se atormentaba sin motivo; que la mangosta era un manso animalito amigo, del que era injusto desconfiar; y ella se había reprochado sus malos pensamientos. Pero a pesar de todo, no podía sentirse tranquila. ¡Y si la mangosta un día!...
Una mañana bajó la mujer con el cántaro a la fuente. Allí en la cabaña quedó el niño dormido en la cuna; y la mangosta dormitaba hecha un ovillo en un rincón. De vez en cuando abría uno de sus ojillos como si vigilara.
De pronto, sin ruido, por un agujero que había entre el piso y las maderas de la cabaña se deslizó una serpiente grande y negra. Era una serpiente de cuerpo gordo y fuerte, pero lo más temible en ella era el veneno de sus colmillos.
Silenciosa y rápida se dirigió a la cuna, pero la mangosta le salió al paso de un salto. Se le puso delante con el pelo de la cola encrespado y un brillo de odio en los ojos.
Un perro o un lobo nada habrían podido frente a la serpiente. Una embestida rápida de su cabeza chata habría dejado el veneno mortal en cualquiera de esos animales fuertes, y no habrían podido resistir el abrazo de sus anillos enroscados que aprietan más y más hasta la asfixia. Y la mangosta estaba allí, el pequeño animal, frente a ella, dispuesta a no dejarla pasar…
Pero necesitaba de todo su valor para enfrentarse con la terrible boca y la mirada amenazadora.
La serpiente levantó su cuerpo como una vara y lanzó la cabeza en un ataque como una flecha. La mangosta esquivó el golpe con un brinco rápido de lado y volvió otra vez a situarse de frente. No le quitaba la vista a su enemigo; estaba encrespada, amenazaba enseñando sus dientes afilados y las uñas arañaban el suelo como cuchillas. Unas veces arqueaba el lomo y otras pegaba el cuerpo a la tierra moviendo todos sus músculos. Se veía que esperaba el momento para atacar. Y atacó de un salto, hasta hacer presa en el cuerpo de la serpiente, con la rapidez de una pelota de goma que salta. Y otro brinco más rápido aún, para librarse de la cabeza de su enemigo, que le pasó rozando.
Se enfureció más el venenoso animal, porque había sentido su carne herida; atacaba y avanzaba disparando la cabeza y la mitad de su cuerpo como una lanza. La mangosta saltaba, botaba de un lado a otro para esquivar las acometidas que venían como silbidos. Tuvo que retroceder; se agazapó; sus músculos se movían bajo la piel; sus ojos tenían puntos brillantes y rojos… Un salto que pareció de frente, pero que se desvió en ángulo, y cuando la serpiente atacó hacia aquel lado, como un relámpago le cayó la mangosta detrás de la cabeza. Hizo presa allí con sus dientes, con sus uñas, con todo su cuerpo apretado como un terrible mordisco y no soltó, y no soltó, y el cuerpo del reptil se retorcía, se levantaba, se enroscaba en fuertes sacudidas; y allí, en el cuello, detrás de la cabeza, llevaba aquel peso que le quemaba como una brasa.
Hubo un momento de ruido como de viento que barre hojas secas. Los dos animales se retorcían y se arrastraban juntos, revolcados en el polvo del suelo removido a coletazos… y al fin la lucha se fue aquietando; se fue alargando el cuerpo de la serpiente, hizo con él las últimas eses y quedó inmóvil. La mangosta continuó todavía un rato allí donde había hecho presa, sintiendo la sangre en el cuello roto de su enemigo. Luego, soltó.
Cansada, pero contenta de su victoria, miró a la cuna del niño y salió por la puerta entreabierta. Iba al encuentro de su ama. ¡Ay!... ¡Si hubiera podido decirle la alegría que sentía su corazón de animal!
Por el camino venía la mujer con su cántaro de agua en la cabeza. Al ver llegar a la mangosta, sucia de polvo, sucias de sangre las uñas y la boca y con un brillo extraño en los ojos, tuvo un sobresaltado pensamiento:
“¡Ah, dioses; ya lo temía; este animal cruel acaba de de devorar a mi niño! ¡Ay, dioses; no hay castigo bastante para tanta saña! ¡Castigo! ¡Castigo! ¡Muerte! ¡Muerte!”
Y en un momento de desesperación lanzó con fuerza su cántaro contra la mangosta, que quedó tendida en el camino.
Volaba en sus pies la madre, loca, hasta la cabaña. Entró… y su niño dormía en la cuna, y en el suelo tropezó con el cuerpo destrozado de la negra serpiente.
Lo comprendió todo la madre. Lo comprendió y miró dentro de sí sus malos pensamientos, y maldijo su cólera, que le había hecho pagar mal por bien. Y dándose golpes desesperados en el pecho y en la cabeza, corrió al camino, desolada como antes, buscando el cuerpo del fiel animal.
Y lo cogió del camino y lo llevó en sus brazos amorosamente hasta la cabaña, y allí hizo una cama con las telas más buenas que tenía, junto al fuego, y con caricias y dulces palabras entre lágrimas, fue la mangosta volviendo en sí, aturdida como quedó del golpe, y miraba a su ama con sus ojillos vivos y buenos y miraba a la cuna del niño.
Cuando el leñador volvió ya de noche, encontró a la madre llorando de alegría, sentada junto al fuego, con la mangosta y con el niño en brazos.

(Recogido en “Pueblos y leyendas”. Compilación de H. Almendros. Editorial Teide)